Lycoris Radiata: «Higanbana» [Independiente, 2025]

Por: Néstor Pompeyo Granja J.

Cuando una especie endémica florece al otro lado del mundo, hay que prestar atención al evento: lo más probable es que no se trate de un suceso casual o un mero capricho aleatorio. Siguiendo a Ciorán, «todo lo que nos ocurre estaba inscrito en nosotros desde siempre», lo cual implica una suerte de determinismo fatalista que podría servir de excusa para entender por qué, en pleno 2025 y en la aridez del desierto potosino, podemos atestiguar el improbable brote de una flor oriental, acostumbrada a la humedad y los entornos fúnebres.

«Higanbana», opera prima de los locales Lycoris Radiata, no es simplemente otro álbum de black metal: es un artefacto sonoro que subvierte las nociones convencionales de identidad y horror, empleando como leit motiv el simbolismo de la flor de la muerte. Desde sus nombres —ambos, el de la banda y el del álbum, enlazados socarronamente en un eco casi tautológico— podemos intuir que Lycoris Radiata no propone solamente un relato, sino un estado: un continuum de desolación donde el black metal depresivo se diluye en corrientes post-metal, y donde la temporalidad se fragmenta como un espejo roto que refleja la finitud de todo intento humano de sentido.

Dar play a «Higanbana» supone un riesgo para el oyente; uno que solo se puede asumir con la disposición de confrontar la paradoja fundamental de la existencia: la inevitabilidad de la muerte —no solo biológica, sino cultural, emocional y simbólica—. Esa contradicción que, en temas como «Ascensión», apela al purgatorio y al maldito destino, mientras invoca —¿suplica?— a la pulsión de vida con una sentida petición: «Vuelve». Y es que las letras son un elemento no solo distintivo, sino definitivo para entender el concepto Lycoris Radiata: la precisión que roza lo litúrgico, el estratégico uso del idioma español y su capacidad para evocar imágenes de horror oriental, son evidencia de un cuidadoso proceso creativo que no deja grietas sin resanar. Aquí, el simbolismo asiático es hábilmente recontextualizado: la banda se permite la insolencia de fusionar el imaginario del Este con la noción fúnebre de lo mexicano. No cualquier álbum consigue enlazar la influencia de la mortandad japonesa —la fragilidad de la flor de higanbana, su tránsito inexorable hacia la podredumbre— con la noción mexicana del duelo y la memoria de los muertos. Pero los Lycoris lo hacen. Y con ello logran esbozar un territorio estético donde la exotización se torna filosofía de la desaparición.

Musicalmente, «Higanbana» evita cualquier lógica de confort o previsibilidad: las guitarras se alargan como lamentos ontológicos, las percusiones son signos de un tiempo que se deshace y, la voz, más espectro que instrumento, articula la conciencia de la nada con la solemnidad de un rito funerario. Escuchar este álbum es, en última instancia, un acto de exposición a la verdad irreductible: toda existencia está marcada por la transitoriedad y la ausencia.

Quien busque en Lycoris Radiata los estereotipos habituales del black metal ya puede ir renunciando a la experiencia. Lo mismo para quien espere el refinamiento de un virtuosismo técnico. Lo que de verdad brilla en esta propuesta es su inteligencia conceptual: el disco funciona como una cimbrante meditación sobre la inevitabilidad del derrumbe, o como un ensayo sonoro donde cada silencio y cada distorsión son signos que interrogan al oyente. Aquí el horror no es imitativo ni folclórico: es un acto de apropiación filosófica; un diálogo imposible entre dos mundos que se reconocen mutuamente en su fragilidad.

En la escena subterránea de San Luis Potosí, «Higanbana» es una anomalía crítica: un objeto artístico que no solo transgrede géneros, sino que también redefine los límites de la experiencia estética del miedo. Es un disco que exige un acto de compromiso intelectual: aceptar que la vida es una ruina, que el pasado y el futuro son meros constructos frágiles, y que, en la contemplación de esa ruina, se encuentra la única belleza posible. Lycoris Radiata, en su audaz concatenación de horror, cultura y filosofía, nos recuerda que el black metal no es música para escuchar, sino un espacio para pensar, sufrir y, en última instancia, enfrentarnos a nuestra propia desaparición.

Un firme candidato a disco del año en el panorama under potosino.

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«Higanbana», de Lycoris Radiata está disponible para escucha y descarga libre en: https://lycoris666radiata.bandcamp.com/album/higanbana

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Néstor Pompeyo Granja

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