Por: Néstor Pompeyo Granja
Pues a mí sí me gustó Arch Enemy en la Cineteca. Hace días, el Julian se preguntaba qué tan apropiado sería el foro para una banda de death metal (melódico y todo, pero death al fin) y, por un momento, me hizo dudar: “Ni siquiera se va a poder hacer slam”, pensábamos. Lo que no sabíamos es que al público de anoche no le interesaba hacer slam. Incluso, yo vi poco headbanging (y, sorpresa agradable, pocos celulares). Creo que la definición más acertada del evento la dio la Ileana, al calificarlo como un “concierto para viejos”. Y no en tono peyorativo, sino de reconciliación: anoche, la mayoría de la gente se dedicó a contemplar y a escuchar. Con paciencia, con entusiasmo mesurado, cada quién desde su butaca. Con euforia, sí, pero muy lejos de las viejas pasiones juveniles: un show sin atropellos ni desbordamientos. La propia Alissa, antes de dividir a la audiencia en dos secciones (izquierda y derecha) para hacernos corear “The Eagle Flies Alone”, bromeó con la imposibilidad de hacer un wall of death. “No sería prudente”, señaló. Y al cabo que ni queríamos. Porque al parecer, el público de Arch Enemy tenía claras sus expectativas acerca del espectáculo, a saber:
a) el performance de la White-Gluz (brutal en los medios tiempos; fácilmente “My Apocalypse” —de la era Gossow— fue uno de mis momentos favoritos de la noche), y
b) la ejecución (garantizada) de Michael Amott.
A propósito de lo anterior, no hay que olvidar que el Archienemigo es un engendro original de Amott, así que es entendible que todo en él esté diseñado para el lucimiento de sus guitarras. Arch Enemy es, en gran medida, una banda de arreglos: pueden escribir cien veces la misma canción, pero los arreglos son los que determinan el matiz para cada circunstancia. Lo mismo aplica para sus covers.
Y pues nada: como buen viejo que asiste a un concierto para viejos, yo quedé más que satisfecho con los noventa minutos de espectáculo, con el setlist, con el foro, con el sonido, con la cerveza hasta mi butaca y, como plus, con el amable vendedor que fue golpeado en la frente con una púa de guitarra y que, al no saber qué hacer con ella, vino a ofrecérnosla a cambio de que le compráramos unas papas a setenta pesotes. Una transacción mucho más razonable que las seiscientas pinches bolas que costaban los cidís. Ni hablar.
Y ya. Ahí acabó la aventura, porque entre más noche, más pesados caen los tacos y luego las reumas se ponen bien archienemigas. Fin del reporte, muy buen concierto, besitos muamua. Ora me la voyir a curar. Bai.
Texto de: Néstor Pompeyo Granja / Fotografía: RockEnSanLuis