Breves reflexiones a propósito de Apocalyptica en San Luis Potosí, …
Más de treinta años y todavía es difícil creer que ahí no hay ninguna guitarra.
Si en su momento, Apocalyptica fue novedad por conseguir un sonido incuestionablemente heavy sólo con sus cellos (hasta Metal Archives los reconoce en sus registros, y ya sabemos cómo se las gasta la página con sus criterios de metal-enough / not-metal-enough), en pleno 2024 considero importante reconocer que la banda ya se encuentra mucho, pero mucho más allá de la fórmula.
Una cosa es desarrollar una técnica, aplicarla, perfeccionarla. Pero otra cosa muy distinta es cuando el artista y la técnica crean una sinergia única que solo existe durante el momento performático. Me explico: el músico puede ser sujeto creativo y ejecutante. Y la técnica, por otro lado, puede existir en tanto alguien esté dispuesto a emplearla. De ese modo, como personajes separados, hay conversación entre ambos y hay registro de su coexistencia: a mediados-finales de los 1990s escuchamos los primeros álbumes de Apocalyptica y nos dimos cuenta de que lo suyo era distinto. Álbum tras álbum, la novedad dejaba de serlo, pero la firma se solidificaba. Hasta que surgió el monstruo. La fórmula, invocada tantas veces, tuvo qué cobrar vida propia.
Por eso hoy, al observar/escuchar a ambos entes (músicos y técnica) coincidiendo en tiempo real, podemos dar cuenta de una dimensión mayor que los supera a ambos (el Todo es más que la suma de sus partes, luego dicen) y que se vuelve experiencia kamikaze: nace, crece, se reproduce y muere. Todo en una misma noche.
En otras palabras: a Apocalyptica hay que vivirlos para creerlos. Su lenguaje es familiar, en tanto banda de metal, pero al mismo tiempo es ajeno, un poco alienígena. Y es ahí cuando el show se convierte en aprendizaje: hay que aprender a contemplarlo. Hay que modificar nuestra forma habitual de relacionarnos con un entorno que creemos conocer, pero que se nos escapa en cuanto suenan las primeras notas. Por eso el concierto es también un desafío: porque implica encontrar, en el lapso de noventa minutos, la clave que posibilite el encuentro verdadero con el Absoluto de la banda. Y cuando eso ocurre, la toma de conciencia es brutal. Tanto que, 30 años después, todavía es difícil creer que ahí, en efecto, nunca ha habido ninguna pinche guitarra. Alucinante.
Texto de: Néstor Pompeyo Granja / Fotografía: Roberto Sanx